martes, 4 de enero de 2011

MIS REYES MAGOS

Y... acababa de de comenzar el año 1967, cuando tenía 6 años cumplidos en setiembre, vivía en las afueras de Alpa Corral, un pueblito al sur de la Pcia de Córdoba y por supuesto que cada 5 de enero, con la expectativa potenciada por el paso del tiempo, le ponía pastito y agua fresca a los camellos al lado de mis janinas de plástico. Ese año, como los anteriores los reyes no me habían dejado nada pero sin embargo para mi consuelo, siempre se comían el pasto y se tomaban el agua y recuerdo bien que a diferencia de... las otras veces, al no encontrar nada..., me puse a llorar y como era bastante poco llorona, asumo que quizás  al verme en ese estado mi padre, mis hermanos mayores debieron haber sentido el mismo dolor que sentía yo.
Creo que empezaba a tener noción de la injusticia ya que me había ido muy bien en la escuela a la que había concurrido en carácter de oyente, pues en ese entonces no existía el pre escolar. Ese hecho como tantas otras pequeñas cosas habían regocijado mi alma de niña ya que me permitió jugar con las pinturitas, aprender a escribir mi nombre, recortar y pegar esos bellos papeles de colores, escribir en el pizarrón con las benditas tizas y jugar a la escondida y a la mancha con los otros niños, que por ser más grandes, hacían a la vez de pequeños protectores de mi personita. Hasta ese entonces nunca me había dado tristeza la falta de regalos en el día de Los Reyes Magos, ya que era bastante común que los reyes por el pueblo ni siquiera pasaran, salvo para 4 ó 5 niños que…ni nos preguntábamos porque a ellos sí y al resto no. Era claro que por ese entonces no tenía conciencia de mis carencias y mis vicisitudes y a pesar de todo era una nena buena y alegre.
Ese mismo 6 de enero, al caer la tardecita llegó mi padre desde el centro del pueblo trayendo consigo una pequeña caja de brillantes colores que me entregó diciendo: “Esto le han dejado los reyes en el pueblo mijita”
Demás está tratar de contar por escrito la emoción que me embargó el alma, finalmente los reyes se habían acordado de mi!. Abrí la caja y adentro estaba el tesoro más preciado y más hermoso que pudiese imaginar mi alma de niña, era un monito de lata que llevaba unos pantalones azul turquesa con tiradores, camisa roja y sombrero negro y montaba sonriente una motoneta plateada que al darle cuerda giraba feliz a mi alrededor.
Fue mi primer regalo de Reyes y uno de los poquitos en mi niñez y a pesar de no ser ni siquiera un juguete para niñas, pocas veces he sentido palpitar de felicidad mi corazón como aquel 6 de enero de 1967.